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CRÓNICA PERIODÍSTICA

CRÓNICA
En honor a mi abuelo

Preludio
Amaneció. No era un día como los demás, se sentía cierta desazón en el clima y en el aire, a pesar del radiante sol que se asomaba por la ventana, el tiempo transcurría lento, todos sabíamos que algo pasaría, por eso todos en la familia nos levantamos temprano, deseando estar listos por si el teléfono sonaba.
Y así fue. El teléfono sonó. Todos estábamos atentos en casa de mi abuela esperando esa llamada, mi madre contestó. Era del hospital; nos convocaban a toda la familia a estar allí acompañando a mi abuelo en lo que sería su último día de vida.

Intro
Todo había comenzado cuatro meses atrás, mi abuelo venía perdiendo su característico humor, su pasión por sus paseos matutinos, ya no toleraba ni siquiera el olor del cigarrillo, no por falta de gusto, sino porque alentaba en él una tos imparable y un dolor tremendo en el pecho, ya no podía salir a caminar, ni reírse pues se asfixiaba, dependía de sus inhaladores a pesar de que no causaban ningún efecto positivo en él, solo se consolaba mirando por la ventana cómo sus amigos jugaban dominó o parqués sin él, ya que el profundo dolor no le permitía ni siquiera pararse de la cama.
Nos percatamos de que su luz se estaba apagando, el 2 de noviembre de 2014, día de su cumpleaños, su último cumpleaños. Estaba feliz, jugaba, sonreía, cantaba, actuaba más extrovertido que siempre, y eso nos sorprendía, incluso a él, quien afirmaba que ese sería su último cumpleaños, pero lo disfrutamos como nunca. Después de esa fecha, sus días transcurrían entre la tos, la asfixia y el dolor.

Estrofa
Todo sucedió tan pronto, los exámenes que le practicaban arrojaban cada vez resultados más desalentadores, e incluso igual de horrible que los resultados, eran los exámenes practicados, espirometrías, esofagogastroduodenoscopias, radiografías, ecografías de pulmones, biopsias, exámenes impactantes y agotadores  para una persona que ha perdido todas sus fuerzas, pero no solo los exámenes eran agotadores, en el lapso de diciembre a marzo, recorrió, o más bien recorrimos gran parte de las clínicas de Antioquia, en la familia debíamos turnarnos porque las 24 horas él debía estar acompañado ya que tenía alto riesgo de caída, y estaba cada vez más deteriorado.

Coro
Llegó el momento. El examen que arrojaría el diagnóstico final, mi abuelo tenía un tumor cancerígeno o carcinoma en la tráquea, con metástasis a los pulmones, ese tumor crecía a una velocidad increíble, estaba impidiendo su respiración. Los médicos daban la opción de hacer quimioterapias y radioterapias, pero mi abuelo ni siquiera tenía fuerzas para sanarse, y nosotros lo que menos queríamos era verlo sufrir. Pero de algo sí estábamos seguros, el propósito de Dios en nuestra vida, es perfecto, y en él esperábamos. Incluso antes de realizar los simulacros de las quimioterapias, ya mi abuelo se debatía entre la vida y la muerte y el 9 de marzo de 2015, fue su última noche. El tumor obstruía el 90% de su tráquea, ni siquiera líquido podía pasar por ahí pues sufría riesgo de ahogarse, y así sucedió esa noche, tuvieron que inducirlo a algo parecido a un coma, pues estaba ahogándose, lo tenían tan dopado con medicamentos que creían que jamás despertaría, todos estábamos expectantes, esperando desde casa la llamada que nos diría qué pasaría con mi abuelo.

Interludio
Todos nos reunimos en el hospital, nos dejaron entrar a todos ya que ese es el protocolo según el pronóstico de muerte que tenía mi abuelo. Él estaba dormido, totalmente ido de este mundo, los médicos decían que ya no estaba consciente. Trataban de aludir a sus reflejos y nada pasaba, cosquillas, chuzones, pellizcos en las partes más sensibles del cuerpo ni siquiera lo estremecían. Solo quedaba esperar, ¿cuánto? Podían ser minutos, horas, días e incluso años los que mi abuelo podría quedarse en ese deplorable estado. Con mi abuela orábamos pidiéndole a Dios que hiciera su voluntad, pues lo que mi abuelo más nos recalcaba era su deseo de jamás sufrir.
Hacia las 3 de la tarde sucedió algo inesperado, mi abuelo despertó. De inmediato llamamos a los médicos, y ellos llegaron a la habitación sorprendidos ya que era algo improbable de que sucediera debido a la gran cantidad de medicamentos que tenía. La médica comenzó a preguntarle quiénes éramos nosotros y él acertadamente respondió: “Mi esposa, mi hijo, mi hija, mi nieta” No podíamos contener las lágrimas, solo quedaba esperar. Él estaba desorientado, no sabía dónde estaba, ni qué sucedía.

Coda
Y el momento llegó. Pidió agua y con un pequeño algodón empapado, nos permitieron humedecerle los labios, yo lo hice, y él en medio del deseo de saciar su sed apretó fuertemente el algodón y tragó, pero como era de suponerse el tumor no se lo permitió, y la tos, la fuerte tos asfixiante que había llevado a los médicos a inducirlo al coma, reapareció. Nos hicieron a todos salir de la habitación, y ya sabíamos que era lo que ocurriría, el dolor se apoderaba de nuestro ser y más aún cuando el médico salió y nos dijo que mi abuelo estaba muriendo, según él sin dolor. El medicamento que le pusieron anuló su consciencia con el fin de que el proceso de que su cuerpo se quedara sin aire, sucediera sin dolor.
Y así fue. Al ingresar a la habitación, ahí estaba, morado, frío y sin vida. Ya no era él, su espíritu se había ido, y solo quedaba un cuerpo inerte al que parecía que ese tiempo que en la mañana no transcurría, le hubiese acelerado el proceso de la muerte.
Se hizo la voluntad de Dios, mi abuelo murió sin dolor, murió antes de que pudiera atravesar momentos tan terribles como los que atraviesan personas que por años padecen esta enfermedad. En cuestión de cuatro meses, mi abuelo enfermó y murió. La canción terminó para Pablo Emilio Sánchez Agudelo. Y aquí  en la tierra, te recordamos con el mayor de los amores.


SARA BRAND SÁNCHEZ

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CRÓNICA PERIODÍSTICA SOBRE UNA VIVENCIA PERSONAL REAL

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