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La calle está muerta- Manifiesto Urbano.

LA CALLE ESTÁ MUERTA.
LLAMADO A LA URGENTE REDEFINICIÓN DE LOS BORDES.


Se ha perdido el sentido de comunidad. El crecimiento acelerado y desordenado que ha marcado el ritmo de las ciudades a raíz de la industrialización, la globalización, el desplazamiento, y un uso irresponsable de la tecnología, ha tenido un impacto en las ciudades y estas, inevitablemente, en sus habitantes, modificando las dinámicas pero sobretodo las relaciones sociales de la gente. La ciudad se ha convertido en una máquina productora de individuos, marcados por un modelo igualmente corrosivo que es el capitalismo y por extensión la privatización.



La Calle ha perdido su identidad y su verdadera función; ha tomado una dirección que se contradice con las ideas que le dieron vida a este concepto imprescindible para articular las ciudades y unir a la gente. La calle está muerta. Las calles se han reducido a su componente más explicito y han tomado forma de bordes –físicos y materiales, comprendidos bajo los criterios de los que son los bordes desde la perspectiva Moderna-, pero sobretodo en sentido figurado, y la vida se da de puertas para adentro, no al revés. Y desde que la emplearon como una excusa para contrarrestar las grandes distancias y abastecer la demanda de vehículos que estas mismas estaban ayudando a multiplicar, lo que se ha generado ha sido el efecto contraproducente: fragmentar la ciudad y la comunidad desde las diferentes perspectivas con las que se le mire.

Físicamente, la calle ha pasado de ser el elemento articulador por excelencia, que une diferentes puntos de la ciudad, a tomar forma de bordes y límites urbanos que por sus dimensiones, flujos, y una evidente prelación al uso del vehículo, dividen absolutamente los espacios. Aíslan. Fragmentando la ciudad y generando islas y retazos urbanos. Y es necesario revertir esta tradición. Es necesario volver a las formas e ideas sustanciales, arquetípicas, que entienden la calle no como una valla sino como una verdadera sutura, aquella que tiene la facultad de conectar espacios y elementos contrapuestos; como el componente indispensable para generar un tejido urbano, una ciudad integral, y sobretodo una comunidad. Es necesario revertir la tradición. Las calles tienen que unir los espacios tanto longitudinal como transversalmente. Pues con el modelo de desarrollo de Occidente que por muchos años ha sido vigente, hoy más que nunca se están empezado a notar sus fallas y la inverosimilitud de sus premisas. La calle esta condenada –por exigencia de la misma gente que las habita- a reencontrarse con sus orígenes, y poco a poco dejar de ser ese elemento relacionado a las largas distancias y una innegable prioridad al uso del vehículo –sobretodo particular-, para volver a tomar forma de espacio común, del espacio público por excelencia, que congrega y relaciona gente en niveles más íntimos, a una menor escala, y como escenario de ese milagroso encuentro entre desconocidos que comparten algo fundamental: la vida, y la necesidad de manifestarla y exaltarla. Y lograr, en última instancia, revivir el espacio que hace que todo esto sea posible.

Por otro lado, debido al dominante e inicuo modelo capitalista que ha determinado nuestras dinámicas socioeconómicas, el esquema de la privatización ha marcado profundamente la identidad de nuestras ciudades. La actividad se genera de puertas para adentro, en los espacios que dejan de ser parte de la ciudad -entendida como ese máximo bien común- y adquieren un carácter autónomo e individualista. Es evidente la necesidad de revertir la tradición. Pues con un discurso trasnochado nos han hecho creer por muchos años que de esta manera se consigue una estabilidad y una seguridad social. Con la meta de alcanzar identidades singulares en vez de reforzar la idea de trabajar por una identidad común y construir una comunidad. Y esto ha conseguido que las actividades se concentren entre los espacios cerrados, confinados por muros, rejas y guardias –en espacios que son reflejo de la gente que los habita.

Actualmente pasa, y por eso necesario prender las alarmas de la sociedad, que la gente se le cierra a la calle. De puertas para adentro hay vida y de puertas para afuera, la calle está muerta. Y el descuido de las calles lleva, paradójicamente, a que crezca la inseguridad y otros problemas sociales. (¿Serán entonces válidas las premisas del modelo capitalista?). Pues el componente social en el trasfondo es mucho más complejo de lo que nos han hecho creer. ¿Los individuos cierran las puertas porque hay muchos problemas afuera, o se generan estos problemas precisamente porque se cierran las puertas? Es necesario entender los problemas de raíz y, si es necesario, invalidar las teorías dominantes y los paradigmas modernos, para forjar un verdadero cambio físico, cultural, y social en nuestras ciudades. Ya que, como se menciona previamente, un cambio urbano inevitablemente lleva a que se genere uno social. Dependiendo de cómo este planteada la ciudad y lo que se entienda por ella, se determina el tipo de sociedad, y si es posible de comunidad, se va a desarrollar en torno a esta.

Por esta razón es urgente replantear lo que es la calle y sobretodo lo que son los bordes. Pues uno de los grandes problemas de la Modernidad ha sido la banalidad con la que se han abordado temas tan complejos como estos, gracias a una lectura literal de las bases teóricas urbanas y sociales, y sobretodo de los conceptos que estas conciernen. La calle no es una mera vía, con marcas en el piso, semáforos, y congestionada de vehículos que transitan encapsulados a altas velocidades. La calle es el afuera, el espacio de congregación y de unión. El espacio de todos, de mímesis, donde todos somos iguales y nos es posible establecer conexiones infinitas, intrapersonales, y fraternales. Pues afuera todos somos uno. Las calles si son bordes, claro, pero bordes en su sentido más puro. Es preciso remitirse, como se hizo alusión anteriormente, a las ideas arquetípicas de este concepto para entender a qué se refieren realmente y en qué consiste este significado de unidad: antiguamente, antes de que el mundo estuviera contaminado de tantas falsas promesas, prevalecía la idea de unión en todas y ante todas las cosas.

Por muchos años ha dominado la idea de que el borde cierra y delimita un espacio. Entendiéndolo como ese elemento que separa y diferencia dos espacios, el uno del otro, la mayoría de las veces como una pieza sólida y material. Siendo que si uno se devuelve en el tiempo, los bordes no eran más que una noción imaginativa y metafórica de eso que yace incorpóreo en medio de dos espacios y que es lo mismo que los une. Como ese hilo invisible que teje los espacios entre ellos, no lo contrario. Eso son los bordes. Un bordado. Y las calles, a la vez que son bordes, se conforman como conductos que guían al peatón física, visual y perceptivamente. Y al constituirse como sendas, tienen la facultad de adquirir cierto carácter dúctil y esparcirse por una red de circulaciones que al estar interrelacionadas entre ellas y generar conexiones y combinaciones infinitas, inevitablemente se pierde la noción de límite. De principio y de fin. Y encarnan como ese elemento tejedor de espacios y de gente, que empieza a tener un carácter fundamental en el imaginativo de la ciudad, para lograr entender eso que llamamos ciudad y cómo se relaciona con las dinámicas de la gente.

Es posible generar un cambio. El replanteamiento de la ciudad es indispensable para conseguir un cambio social. Pues las ciudades definen las dinámicas y las relaciones de la gente. Es necesario incentivar el reforzamiento de la pequeña escala. Volver a la escala de la gente, y que la calle pase de ser el vínculo entre puntos distantes y vuelva a consolidarse como un vínculo social y espacial. Local y vecinal. Donde se extienden los edificios a la calle y viceversa. Y se teje una comunidad. Y se tejen los espacios. Y se teje una ciudad. Es necesario romper con los límites físicos, con los bordes agresivos que encapsulan espacios que se aíslan de las dinámicas urbanas y de las relaciones personales. Y que tomen forma de suturas. Los edificios dejarán de ser bloques superpuestos en el territorio urbano y se abrirán, en sentido literal y figurado, a la ciudad. Eliminando las rejas y los muros innecesarios, y en cambio proponiendo usos mixtos, que involucren a toda la comunidad. Generando empleo, incentivando actividades sociales, para niños, para jóvenes, para adultos, para ancianos, para todos. Claro que es necesario revertir la tradición porque el modelo en el que estamos sometidos en la actualidad no funciona. Es insostenible social, cultural, ambiental y físicamente. Hay que incentivar propuestas emergentes como las que actualmente se desarrollan en el barrio Minuto de Dios de Bogotá, donde edificios como la Escuela de Música Minuto de Dios hacen de verdaderas suturas urbanas. Donde los límites del edificio se desfiguran con los límites de la calle y de la ciudad. La permeabilidad y la desfiguración de los límites hacen de protagonistas, logrando imprecisar la transición entre el “adentro” y el “afuera”, y generando un umbral más amplio, casi imperceptible, entre los elementos contrapuestos. Nivelando la calle con andén, y con elementos como los pasos pompeyanos diluir esta gran masa en la masa que la contiene. Edificios que se dispongan estratégicamente para consolidar ejes que articulen dotaciones urbanas entre ellas, tejiéndolas con otros usos, con la Estructura Ecológica Principal, pero que sobretodo se abran como espacios sociales, para todo público, donde la oferta de actividades y los amplios programas estimulan la vida en comunidad, haciendo sobretodo de articulador social. Es posible generar un cambio, y la manera de hacerlo es a través del tratamiento de la ciudad, específicamente de la calle, reviviéndola y reviviéndonos.


Autor:
Andrea Serpa Marroquín


Bibliografía:
LYNCH, Kevin. La imagen de la ciudad. 1960
La calle está muerta- Manifiesto Urbano.
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La calle está muerta- Manifiesto Urbano.

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