Me acuerdo del desayuno, chocolatada con galletitas, que me hacia mi papá antes de ir al colegio.
Me acuerdo de chocolatadas, mañana, tarde y noche.
Me acuerdo de jugar en el “campito” del colegio todos los viernes por las tardes.
Me acuerdo de esperar a ser vestida por mi mamá para ir al jardín, mientras intentaba seguir durmiendo.
Me vestía aún en la cama, con el uniforme, de pantalón verde y remera blanca con un árbol en el centro.
Me acuerdo de la primera noche que pasé en mi casa después de la mudanza. La oscuridad que predominaba en la habitación y el miedo que me generaba. La incomodidad y tristeza de dejar atrás mi lugar seguro por la casa que hoy llamo hogar.
Me acuerdo de la primera vez que mi perrita vino a casa.
Me acuerdo de cargar el rollo a la cámara analógica de mi abuela por primera vez.
Me acuerdo de las manos arrugadas y con lunares de la abuela; llenando las lentejas de aceite y queso rayado.
Me acuerdo de los gritos de la abuela por la sordera del abuelo.
Me acuerdo del viaje a Italia con mis primos para conocer el pueblo de mis nonos.
Me acuerdo de tropezar con mi abu al intentar bailar a la par.
Me acuerdo de ir al teatro del abuelo Juan, y que todos me conozcan.
Me daban las entradas para repartirlas y después veía todas las funciones desde la sala de sonido y luces.
Me acuerdo de cantarle el feliz cumpleaños a la abuela Perla, todos los veinticuatro a la noche. Siempre se asustaba con la bengala cuando salía el fuego de golpe, y nos pedía a todos los nietos que nos acercáramos a cantar con ella, nos saludaba uno por uno.
Me acuerdo de espiar las conversaciones de mi abuela y mi mamá, los murmullos inentendibles sobre temas “de grandes”.
