En el afán de petrificar el movimiento, emerge
este pabellón como una síntesis magistral de
formas en constante diálogo con el entorno. Su
estructura de madera se revela como una caja
torcida que desafía la estática percepción del
espacio y tiempo.
El vidrio, matrial que permite el paso de la luz
y la vista, se convierte en el vínculo de unión
entre lo interior y lo exterior. Esta transparencia
invita a la contemplación, revelando los secretos
del cambiante paisaje y de las exposiciones que
se pueda albergar la construcción.
La madera, noble y cálida, se erige como un
abrazo acogedor en medio de la transparencia,
otorgando a los espacios la calidez de lo humano
en armonía con lo divino.
En el corazón del pabellón, un patio interior se
alza con figuras ondulantes que contrastan con
la rectitud de sus pilares. Su forma, esculpida
en los susurros del viento y silueta de las olas
invita a la introspección y la comunión con la
esencia del lugar.
Los recorridos por este laberinto de formas
y sensaciones son un viaje iniciático hacia lo
desconocido. Cada paso es una revelación, cada
curva una metáfora de la vida en su constante
transformación. La luz y la sombra danzan en
un juego de contrastes, revelando la fugacidad
de la existencia y la eternidad del arte.
